Camisa, un clásico con mucha historía


Sacó un montón de camisas y empezó a tirarlas, una tras otra, delante de nosotros, camisas de hilo fino y de seda gruesa y fina franela, que perdían los pliegues conforme iban cayendo encima de la mesa, cubriéndola en multicolor desaliño. Mientras nosotros las admirábamos, él trajo más y el suave y rico montón se elevó aun más: camisas a rayas, con grecas y a cuadros, del color del coral y en verde manzana, color de lavanda y naranja pálido, con monogramas de azul indio. De repente, con un sonido forzado, Daisy amagó la cabeza sobre las camisas y comenzó a llorar agitadamente. “Estas camisas son una preciosidad”, dijo sollozando, con la voz ahogada entre los gruesos pliegues. “Me entristece porque jamás he visto unas camisas tan… tan preciosas antes”. 

El relato anterior corresponde a un pasaje de la novela de F. Scott Fitzgerald El Gran Gatsby. Describe la emoción que provoca en Daisy Buchanan la colección de camisas de Jay Gatsby, su recién llegado vecino. Lo que en verdad seduce a Daisy no es cada camisa en particular sino la variedad de diseños, acumulada en un mismo guardarropa, que habla del poder económico de su  pretendiente. Esta diversidad expone con exactitud el gusto masculino, en materia de camisas, durante la década de los 20. Representa la culminación de un largo proceso de desarrollo de esta pieza emblemática de la vestimenta de los hombres en la que confluyen no solo aspectos funcionales y estéticos, sino también, y más recientemente, la puesta en escena de la masculinidad contemporánea, fuertemente vinculada al trabajo, estatus social y rol de proveedor.

La historia de la camisa se remonta al 1500 a.C., momento en que los egipcios, hombres y mujeres, adoptan el kalasiris, un rectángulo de lino delgado con una  abertura para pasar la cabeza. Bajo el Imperio Romano se le agregan mangas y se conoce como túnica manicata. En el medioevo y hasta el siglo XIV la camisa es una prenda interior de color blanco cuya principal función consiste en proteger la piel de la rigidez y aspereza propias de jubones (chaquetas) y vestidos. Simultáneamente, contribuye a mantener limpia la indumentaria exterior al operar como mediación entre esta y el cuerpo; tratado de maneras muy diferentes a las actuales desde el punto de vista de la higiene.

Durante el Renacimiento, la camisa emerge silenciosamente. La moda italiana ensancha las mangas para que una parte de la misma se asome a la altura de los codos. Los alemanes incorporan las ‘cuchilladas’, una moda de origen suizo que consiste en rasgar la superficie de las prendas exteriores dejando entrever lo que está debajo. En el siglo XVI, con la incorporación de los escotes cuadrados, la camisa, masculina y femenina, adquiere mayor protagonismo. Cuando se trata de hombres se exhiben una pequeña porción del escote y los bordes de las mangas. Ambas terminaciones se recogen con una cinta. En el caso del escote, el fruncido deriva más adelante en una pieza rígida y almidonada, la gorguera, que mantiene erguida la cabeza y simboliza la jerarquía de quien la porta. A lo largo de este proceso se incorporan elementos decorativos como bordados, deshilados, encajes, y se establece una escisión entre la parte que cubre el cuello y aquella que se extiende sobre el pecho, la espalda y los brazos. Ambas piezas pueden usarse por separado y adoptar indistintamente diferentes formas y sofisticadas estructuras

Hacia fines del siglo XVIII, luego de la Revolución Francesa, se produce un giro importante en la ropa masculina. La limpieza de líneas, característica de la indumentaria inglesa, incluye una camisa desprovista de ornamentación. El glamour se focaliza ahora en el pañuelo o corbata, que se enrolla alrededor del cuello de dos puntas y lo mantiene en su lugar.

A mediados del XIX la burguesía urbana europea institucionaliza como vestimenta masculina el terno oscuro y la camisa blanca, con variantes que dependerán de las normas de etiqueta en boga. Los volantes, por ejemplo, se usan exclusivamente en la noche. En 1879 la firma inglesa Brown, Davis & Co. patenta la primera camisa abotonada en el delantero, ‘estilo abrigo’. Hacia el fin de siglo la práctica de los deportes diversifica la indumentaria incorporando con prudencia la camisa de colores, específicamente para jugar cricket. Aparecen las camisas a rayas, que provocan el rechazo de un sector de la población masculina. Para las clases acomodadas la camisa blanca es sinónimo de respetabilidad y elegancia; una señal inequívoca de distinción ya que solo quien cuenta con una importante posición económica puede mantener su camisa inmaculada. La inclusión del color provoca confusión social. Entonces se inventan el cuello y los puños blancos. Y todo vuelve a ser como antes. 

Durante la Belle Époque se produce un auge de la vida social que se traduce en un revival de la sensibilidad dandy, estrechamente vinculada a la vorágine de la vida moderna. Los cuellos de lino blanco almidonados que coronan las camisas masculinas presentan variantes que dependerán del tipo de corbata elegida. En ese momento la firma estadounidense Arrow ofrece más de 400 modelos diferentes. La Primera Guerra Mundial paraliza el gusto por las extravagancias, que se retoma en la década de los 20. A pesar de lo anterior la búsqueda de la comodidad marca los principales cambios relacionados con la camisa masculina. En este momento los cuellos se unen definitivamente al cuerpo.   

La Segunda Guerra Mundial favorece el auge de la confección seriada estadounidense. La invención del nailon en 1939 y su posterior incorporación a la vestimenta cotidiana dan origen a las camisas “lavar y secar”, que resultan una bendición para las amas de casa de la década de los 50. Paralelamente, se amplía la oferta indumentaria debido a la fuerza que adquiere una nueva generación de consumidores: jóvenes que no desean parecerse a sus padres. La clásica camisa blanca es superada por nuevos colores, telas y estructuras. El cuello se modifica desde uno pequeño, en los 50, hasta otro con puntas muy largas y redondeadas, en los 60 y 70. El almidón y las barbas desaparecen paulatinamente.

En el contexto de la moda unisex, el torso se estrecha hasta imitar la forma de una blusa femenina. La camisa se lleva ahora sin corbata, con los botones abiertos.

Se fabrican versiones para hombre y mujer de un mismo modelo.

A partir de este momento la camisa se libera de las restricciones que suma a lo largo de casi un siglo, dando paso a una enorme variedad de posibilidades estéticas. Normas de uso relativas a edad, lugar y momento operan como único límite entre la corrección y el desacierto. Manteniendo una estructura estable a lo largo de la historia, modifica su apariencia simbolizando realidades tan diversas como el estatus social, el éxito económico, la juventud, el compromiso político y la igualdad de género.

La diversidad que impresionaba a Daisy Buchanan forma parte de la vida cotidiana de muchos hombres y mujeres.

Israel Rodríguez

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