La que sin duda fue su obra cumbre llegó en 1902, una parodia de la llegada a la Luna que intentó comercializar por Estados Unidos: aunque se hicieron copias que se lograron distribuir, el ilusionista no llegó a recibir jamás dinero por su explotación. Aunque rodó más de 500 películas, la llegada de la Primera Guerra Mundial y la transformación de la industria mermaron su negocio, hasta que se retiró en 1923. Antes había montado numerosos espectáculos en uno de sus dos estudios cinematográficos transformado en teatro.
En 1925, se reencontró con Jehanne d’Alcy, que había sido una de sus principales actrices y por aquel entonces regentaba un quiosco de juguetes y golosinas en la estación de Montparnasse. Se casaron y trabajaron juntos en el quiosco. La película ‘La invención de Hugo’ nos traslada ahí, con un Méliès anciano y olvidado por todos. Aunque en realidad no es fue así del todo: el mismo año en que se casó su obra fue redescubierta por la vanguardia cinematográfica francesa, especialmente por los surrealistas, que reivindicaron su figura y en 1931 le reconocieron con la Legión de Honor.
Aquel ilusionista que llevó la magia al cine y creó los primeros efectos especiales, pasó el resto de sus días vendiendo juguetes en la estación de Montparnasse para los niños: aquellos que todavía creen en la magia.