Aún dentro de la unidad existente en las formas del traje de ambos sexos durante las civilizaciones de la antigüedad, siempre existió una norma inalterable: mientras que el hombre podía mostrar sus piernas, bajo túnicas, pampanillas o mantos, la mujer debía mantener ocultas sus extremidades inferiores…Esta diferencia se mantuvo hasta que en 1920 la mujer por primera vez muestra las piernas….y en menos de tres décadas, se generaliza el uso del pantalón, prenda esencialmente masculina.
No obstante, la mujer, mucho antes, había logrado integrar elementos del traje masculino en su atuendo: tejidos utilizados para la confección de prendas de hombre, chaquetas, corbatas…entre otros elementos caracterizadores de la imagen del “sexo fuerte”.
Es en el lejano siglo XVIII, en los años previos, durante y después de la Revolución Francesa, cuando podemos encontrar el antecedente de lo que posteriormente se conocería como “traje sastre” o “vestido sastre”. Se trata del “vestido redingote” (del inglés ‘riding-coat’) y de su versión en chaqueta, denominada como ‘caraco’. De clara influencia masculina –ya vislumbrada en la ropa de la amazona o para montar a caballo o cazar- se distinguía tanto por el material, la ausencia de decoración y la presencia de solapas, cuello y, en ocasiones, hasta chalecos y corbatas.